Por: Cultura Redacción del eje 21
Madrid, 14 de abril de 2025. Con la triste partida de Mario Vargas Llosa a la edad de 89 años, la literatura y la cultura en español atraviesan un momento de profundo luto. Este destacado autor peruano, considerado el último de los grandes exponentes del «boom» latinoamericano, fue reconocido como uno de los escritores más influyentes de la literatura en el siglo XX y lo que va del XXI. Su fallecimiento en Lima no sólo representa el cierre de una brillante trayectoria literaria, sino también la culminación de una rica era en la que la literatura latinoamericana floreció, transformándose de un espacio considerado periférico a un vibrante epicentro de la narrativa mundial.
El legado de Vargas Llosa va mucho más allá de su reconocimiento como un novelista galardonado. Era un intelectual comprometido, un narrador cuya ambición abarcaba la totalización de la experiencia humana y un ensayista perspicaz. Para él, la literatura era una poderosa herramienta para intervenir y reflexionar sobre la historia. A través de sus novelas, artículos de periódicos y discursos, Vargas Llosa abordó magistralmente las complejidades del poder, el deseo, la violencia y la lucha por la libertad en América Latina, siempre con una prosa cautivadora, meticulosamente estructurada y ejecutada con una precisión casi quirúrgica.
Nacido en Arequipa en 1936, Vargas Llosa pasó su infancia bajo el cuidado de su madre y sus abuelos en Bolivia y posteriormente en Lima, donde la reaparición de su padre, un hombre autoritario y conservador que había sido dado por muerto, alteró drásticamente su vida. Esta tensa relación con su padre condujo a que fuera enviado al Colegio Militar Leoncio Prado, una experiencia que dejó una profunda huella en él y que inspiró su primera gran novela: La ciudad y los perros (1963). Este libro no sólo marcó el inicio de su leyenda literaria, sino que también provocó la furia del régimen militar, que se opuso a su contenido y llevó a las autoridades a organizar la quema pública de sus libros.
Desde entonces, su trabajo se caracterizó por una inigualable ambición narrativa. A lo largo de su carrera, publicó novelas monumentales como La casa verde (1965), Conversación en la catedral (1969) y La guerra del fin del mundo (1981). En estas obras, Vargas Llosa no solo demostró su dominio técnico como escritor, sino también una incesante voluntad de profundizar en el alma latinoamericana y sus contradicciones. Su estilo se caracterizó por el uso del monólogo interno, las múltiples perspectivas narrativas y la innovadora experimentación estructural, inspirada en grandes como William Faulkner y Gustave Flaubert.
Era indiscutiblemente un escritor político, aunque no en la forma tradicional de los panfletos. Su literatura exploró el poder desde una perspectiva de disenso, con un enfoque crítico y escéptico. En novelas como La historia de Mayta (1984), El hablador (1987), y La fiesta de cabra (2000), Vargas Llosa profundizó en los mecanismos de represión, revolución, autoritarismo y traición, sin perder de vista la perspectiva del individuo. El opresor podría ser representado por un estado autoritario, una secta religiosa o incluso un deseo sexual no correspondido, convirtiendo sus novelas en estudios penetrantes de la condición humana.
Sin embargo, también supo abordar temas ligeros, como en Pantaleón y visitantes (1973)—una hilarante sátira sobre el ejército y la moral sexual—o en Tía Julia y la escritora (1977), una obra autobiográfica en la que el amor prohibido y la magia de la radio se entrelazan en una narrativa entrañable y divertida. Estas obras, aunque a veces menos valoradas por la crítica, revelaron el lado más lúdico y humorístico de Vargas Llosa, un autor sin miedo a explorar la comicidad y el ridículo.
Su vida personal siempre captó la atención del público casi tanto como sus obras. La polémica separación de su esposa Patricia, tras más de cincuenta años de matrimonio, así como su posterior relación con Isabel Preysler, lo convirtieron en un personaje mediático. Sin embargo, nada de esto logró eclipse su autoridad intelectual. En 2010, Vargas Llosa fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, un reconocimiento a su capacidad para trazar «cartografías de las estructuras del poder» y ofrecer potentes imágenes de resistencia, revuelta y derrota individual.
Vargas Llosa fue también un ferviente defensor de las ideas políticas a lo largo de su vida. Aunque al principio mostró simpatías por la Revolución Cubana, rápidamente se desilusionó con el totalitarismo de Castro. A lo largo de su trayectoria, se consolidó como un defensor del liberalismo, de las democracias parlamentarias, del libre mercado, de los derechos civiles y del pluralismo. Su candidatura presidencial en Perú en 1990, aunque fallida, fue un intento de traducir su influencia literaria en liderazgo político. La derrota ante Alberto Fujimori fue un hecho que transformó su narrativa posterior y amplificó su papel como crítico de los regímenes autoritarios en toda América Latina.
Su ideología, sin embargo, no estuvo exenta de controversia. En sus últimos años, Vargas Llosa apoyó a figuras políticas de la derecha, como Keiko Fujimori e Isabel Díaz Ayuso, lo que provocó la crítica de sectores progresistas. Sin embargo, siempre enfrentó estas críticas con firmeza, convencido de que su postura era coherente con su defensa de la libertad individual.
Además de ser un consumado novelista y ensayista, Vargas Llosa fue un ávido lector, un agudo crítico literario y un maestro del ensayo. Trabajos como La orgía perpetua (un estudio sobre Flaubert), El pez en el agua (sus memorias) y La verdad de las mentiras lo consolidan como uno de los pensadores literarios más lúcidos del mundo hispano.
A lo largo de su ilustre carrera, Vargas Llosa publicó más de treinta obras y sus libros han sido traducidos a más de cuarenta idiomas. Además, fue miembro de la Academia Francesa, recibió el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias y numerosos doctorados honorarios de universidades de todo el mundo. En 2023, lanzó su última novela, Dedico mi silencio, ambientada en el mundo de la música criolla peruana, un tributo nostálgico a los ritmos que marcaron su infancia y juventud.
La muerte de Vargas Llosa deja un enorme vacío en el panorama literario contemporáneo. No fue únicamente el último superviviente del «boom» latinoamericano, sino que fue también el más persistente, prolífico y controvertido. Un escritor que se mantuvo activo en su pluma, en sus debates y en su lucha por una América Latina libre, moderna y justa.
Como él mismo decía: «La literatura no cambia el mundo, sino que cambia a quienes lo leen. Y eso, en sí mismo, ya es una forma de revolución».
Hoy, Mario Vargas Llosa descansa en paz, pero su obra seguirá combatiendo batallas. Su legado perdurará en cada biblioteca y en cada lector que se haya visto transformado por sus textos, asegurando que su espíritu se resista a la desgastante rutina del olvido.