Las ciudades ya no son amarillas – Colombia informa

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Los astronautas que han tenido la suerte de viajar al espacio más de una vez en la última década son testigos privilegiados de un cambio cromático a escala planetaria. Desde su punto de vista, a 400 kilómetros (250 millas) sobre el nivel del mar, pudieron ver que las ciudades que antes eran débiles puntos de color ámbar ahora brillaban con una intensa luz blanca.

No es una metáfora. Es la huella visible de uno de los cambios de infraestructuras más rápidos y de mayor alcance de la historia reciente: la renovación integral del alumbrado público. Hemos eliminado gradualmente las antiguas farolas de vapor de sodio y hemos realizado un cambio masivo a LED. Este cambio, impulsado por una normativa que favorece la eficiencia energética, ha rediseñado el mapa nocturno de la Tierra, un fenómeno que es más claramente visible desde el espacio.

El invento que ganó el Premio Nobel de Física. Las antiguas lámparas de vapor de sodio, especialmente las de baja presión, eran de naturaleza monocromática. Emitieron luz en un rango de espectro muy estrecho, lo que dio como resultado el distintivo y omnipresente tono amarillo anaranjado que coloreaba nuestras calles y cielos. Las luces LED funcionan de una forma completamente diferente.

Su avance, que le valió a Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura el Premio Nobel de Física en 2014, fue la invención del LED azul altamente eficiente. Combinando este LED azul con una capa de fósforo, finalmente fue posible producir una luz blanca brillante y asequible. Este diodo no sólo es más eficiente (más de 300 lúmenes por vatio frente a los 16 de una bombilla incandescente), sino que también ofrece un espectro mucho más amplio.

El sur de Europa en 2025 desde la Estación Espacial Internacional. Imagen: Don Pettit

Las ciudades cambiaron de color. A los ojos de un observador nocturno en el espacio, las ciudades han cambiado del amarillo al blanco azulado brillante. Milán es el mejor ejemplo: el país completó el cambio a LED en 2015 aparece en una comparación de la ESA con fotos de antes y después de los astronautas André Kuipers y Samantha Cristoforetti. Pero no es ni mucho menos el único caso.

Los Ángeles fue una ciudad pionera: ordenó el reemplazo de 140.000 farolas en 2009. Buenos Aires mejoró su iluminación con farolas LED inteligentes entre 2013 y 2016. Nueva York terminó de reemplazar 500.000 bombillas en 2023. Barcelona planea gestionar completamente el alumbrado público de forma remota para 2028. Pero India es el país que está experimentando el reemplazo más grande del mundo, con más de 13 millones de farolas LED ya. instalado.

La cara B de esta transformación. Como toda revolución, la revolución LED también tiene un lado oscuro. La luz es más barata, por lo que las ciudades no sólo están reemplazando las antiguas farolas, sino también aumentando el número de puntos de luz y su intensidad. El resultado es que tenemos un planeta más brillante donde es más difícil escapar de la contaminación lumínica.

Las estadísticas muestran lo contrario, pero hay que tener en cuenta que la contaminación lumínica se mide mediante satélites y los satélites son parcialmente ciegos a la luz azul. Esto significa que el aumento real de la contaminación lumínica, especialmente lo que los humanos percibenes mucho mayor de lo que sugieren las cifras oficiales. Para empeorar las cosas, la luz azul es la que más altera nuestro reloj biológico y puede afectar la calidad del sueño, además de desorientar a las aves y polillas migratorias.

El futuro es cambiante. La solución no es volver al sodio. La eficiencia del LED es innegable. La clave, como ocurre con cualquier tecnología, está en su aplicación. La siguiente fase de esta transición no consiste en reemplazar las bombillas, sino en instalar farolas inteligentes. Se estima que para 2030 casi una de cada cuatro farolas será inteligente. Cuando están conectados, pueden regular su intensidad en función del tiempo o del tráfico, detectar cortes en tiempo real y recopilar datos ambientales.

Con este mando a distancia se puede implementar una de las nuevas máximas de la iluminación: utilizar sólo la luz necesaria cuando y donde se necesita. Al mismo tiempo, han surgido otras soluciones para proteger la biodiversidad, como las farolas con luces rojas, que se están probando en ciudades nórdicas para evitar molestar a los murciélagos. Y la idea de la bioluminiscencia como forma orgánica de producir luz sin utilizar electricidad y con el mínimo impacto ambiental.

Imagen | La Península Ibérica en 2012, por el astronauta Don Pettit

En | Por qué la luz del sol no ilumina el espacio: resolviendo la pregunta que envió a un niño a la ISS

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