Por el miedo al mural: la comuna 13 de Medellín, un lienzo vivo que no olvida su pasado – Colombia informa

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Paula Cabaleiro

Medellín (Colombia), 19 de agosto (Efe).– Medellín, la ciudad que «viaja» entre las montañas y el cielo a bordo de su metrocrable, mantiene un lugar en la pendiente occidental que pasó de ser territorio velado por el conflicto armado a paradas obligatorias para los turistas: la comuna 13.

Es una de las 16 comunas de la ciudad y, a pesar de haber sido tomado durante años por milicianos de guerrilla, hoy por sus calles Labyrinthine Rap Rhymes se escuchan, se venden obras de arte y las fotos se multiplican antes de que las paredes se conviertan en lienzos.

Jonathan Stiven Arroyo, conocido como ‘Tatam’, es una de las 27 guías de la Asociación de la Comunidad Casa Kolacho que ha organizado las giras de graffiti conocidas como ‘Grafitours’ durante 20 años, que atraen a más de 300 personas semanalmente.

Nacido y criado en ese vecindario, Tatam recibe a los visitantes con una advertencia: «Se van a quedarse sin teléfono celular». No habla de peligros, sino de la avalancha de imágenes que cualquiera querrá capturar.

El miedo ya no es el protagonista: «Pasamos de ser el lugar más inseguro en Medellín al que nadie pierde las visitas», resume Efe durante una visita reciente.

El graffiti, de amplios trazos y colores vibrantes, cubre fachadas enteras con historias que mezclan símbolos de resistencia, caras de líderes comunitarios y escenas que retratan la lucha por la paz.

Bordes invisibles

Hace dos décadas, la rutina de la escuela de la escuela estuvo marcada por la violencia: «Se tuvo que entregar un gran entorno para llegar a la escuela porque pasar por el bloqueo incorrecto significaba arriesgar la vida», recuerda Tatam durante la gira.

Las «fronteras invisibles» dibujadas por grupos armados impidieron que los vecinos fueran encontrados sin miedo.

En los años noventa y principios de la década de 2000, la comuna 13 fue escenario de enfrentamientos entre guerrilleros, paramilitares y fuerzas estatales.

Se llevaron a cabo 17 operaciones militares, como Mariscal o Orión, en 2002, que fue la acción militar más grande llevada a cabo en un área urbana de Colombia, y dejó profundas cicatrices: abusos, muertes, desapariciones forzadas.

Hoy, este mapa de prohibiciones ha sido reemplazado por rutas turísticas y murales, aunque el recuerdo de esos días todavía se respira: «Los tiempos tranquilos que vivimos ahora son un privilegio para el que trabajamos todos los días», dice Tatam.

Memoria cubierta de comercial

No todos ven el presente con los mismos ojos. María Paulina Hurtado, Colomboamerican que hizo el ‘Grafitour’ antes de la pandemia, lamenta que «el museo de pozos abiertos» que supiera que se ha «encendido».

«Hoy hay dos o tres graffiti; El resto es la venta de cerveza, bebidas (…) Entiendo que la gente quiere trabajar, pero el propósito del lugar se perdió ”, critica.

La directora de Casa Kolacho, conocida como ‘El Güey’, defiende el equilibrio entre la memoria y el emprendimiento: «Es una gira estética y política. Contamos la parte difícil del conflicto, pero también cómo el hip-hop, la danza y el arte dieron la vuelta a la tortilla ».

Para él, la oferta cultural y comercial de los coexistentes con memoria histórica y produce ingresos que permiten mantener proyectos comunitarios.

A partir de las siete de la tarde, el bullicio desaparece: las tiendas se cierran para que las más de 130,000 personas que viven en el máximo del vecindario puedan regresar a sus hogares sin el ruido del turismo.

El vertedero: una tierra que mantiene silencios

A pocos kilómetros de la ruta turística, visible desde varias partes de la comuna, en la parte más alta, se extiende una tierra conocida como vertedero.

Ese lugar oculto una de las heridas más profundas del conflicto: allí se presume que docenas de personas desaparecidas durante la era más violenta fueron clandestina, por lo que a veces se ha llamado tierras uno de los cementerios ilegales más grandes de América Latina.

Aunque se han llevado a cabo excavaciones, el descubrimiento de restos ha sido escaso, en parte debido a la magnitud del espacio y al paso del tiempo: «Es un recordatorio de que no se ha dicho toda la verdad y que todavía hay familias esperando respuestas», dice Tatam.

El contraste entre la energía del turismo y el silencio del vertedero ilustra la dualidad de la comuna 13: un vecindario que celebra su presente, pero no olvida su pasado.

De la zona roja al plan familiar

El atractivo de la gira también radica en la velocidad de la transformación: «Pasar de ser el más peligroso en Medellín a ser un lugar lleno de arte, empresas y cultura en tan poco tiempo es lo que atrae la atención», dice ‘El Güey’.

La Casa Koracho trabaja como una escuela de hip-hop, música y graffiti para niños y jóvenes de la comuna y otras áreas de Medellín, donde se forman nuevos artistas que, en lugar de empuñar un arma, toman un micrófono o una lata de aerosol.

El resultado es un vecindario que hoy recibe familias enteras, mochilas y grupos escolares para caminar por sus calles, un escenario donde el graffiti habla, la música no se detiene y las cicatrices se exhiben con orgullo. Efusión

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